Hacia ningún lugar


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Me siento atrapada, ahogada, asfixiada. Ya no puedo andar. Mis pasos no sirven. Por mucho que lo intente me siguen dejando en el mismo sitio. Intento correr y ni siquiera puedo moverme. Tengo miedo al presente porque no sé qué pasará en el futuro. Me paso el día escribiendo, pero hace tiempo que no me escribo. Es más fácil silenciarme y ocultar lo que no quiero aceptar. Lo que ni siquiera me atrevo a pensar. No me llevo bien con la incertidumbre, aunque puedo ser muy paciente. No quiero pensar y, sin embargo, sé que hay algo que no va bien. En mi interior se produce un cortocircuito. Solo en la ducha le doy voz a mis ideas. Cuando cierro el agua ya las he vuelto a ocultar. La muralla que construí es tan alta que también me ha dejado a mí detrás. Huyo de todo lo que me lleve a conocerme porque ya me conozco muy bien. Hablo conmigo cada segundo del día. Me niego, dudo, grito, lo acepto, pataleo, lo oculto y lo olvido. Solo en apariencia. Solo lo suficiente para poder seguir con la rutina. Solo que soy incapaz de mantenerla. Solo que el enterrarlo no hace que desaparezca. Solo que no sé esperar y es la única opción. Solo que no quiero correr antes de andar. Solo que no me gusta quedarme quieta y no veo el movimiento. Ando y no llego a ningún lugar. Escribo y las palabras no paran de dar vueltas sobre sí mismas. No se atreven a aterrizar. No las dejo materializarse porque ya sé lo que quiero expresar, pero sigo sin querer decírmelo. Otras nunca llegaron a ser. El silencio nunca fue un problema. Hace mucho que no me escribo.
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