De Un Libro Una Reflexión | "Harraga", de Antonio Lozano

«Hemos nacido en África, Jalid, ese es nuestro drama. Aquí existimos para sobrevivir, luchamos para no morir de desesperanza. No valemos nada, ni siquiera para nuestros gobernantes. En nuestros países estamos abonados a nuestra suerte, perdidos en la miseria, desnudos frente a la injusticia, al capricho de cualquier reyezuelo con uniforme, policía, portero del ayuntamiento, aduanero, funcionario del Gobierno. Fuera de aquí solo somos mano de obra barata, en el mejor de los casos; un problema necesario para hacer el trabajo del que los europeos no quieren oír hablar, un ejército de indeseables que les friega el suelo, recoge la basura, desinfecta las cloacas, limpia los zapatos, siembra los campos. En la calle, nos miran de reojo: somos sospechosos, temidos; nosotros, que vivimos entre ellos acojonados, con una acusación permanentemente colgando sobre nuestras cabezas, un dedo siempre dispuesto a declararnos culpables, una soga alrededor de nuestros cuellos.» Harraga de Antonio Lozano

Cuando escucho quejas de las lecturas obligatorias del instituto no puedo más que sentirme muy afortunada. Gracias a mi profesor de lengua, Sergio, descubrí libros que hoy para mí son imprescindibles. Sin esas obligaciones es probable que nunca los hubiera descubierto o hubiese tardado más tiempo en llegar hasta ellos. Uno de esos casos es el de Antonio Lozano, un escritor que incluso vino a darnos una charla. Si ya con la lectura me había enganchado, escucharle hablar con esa pasión sobre África fue un auténtico placer. Años más tarde le vería en algunas ediciones del Festival Periplo del Puerto de la Cruz. Cuando acudí a la de 2018 no esperaba que esa fuese la última. Falleció hace poco y con la inocencia de la que olvida que nuestro tiempo es fugaz —aunque haya convivido desde muy niña con esa idea— nunca le llegué a decir cuánto le admiro.

Ya no se lo puedo decir, pero sí que puedo (desde mi humilde posición) recomendaros que os acerquéis a sus libros. En esos años tan complicados que son la adolescencia tuve grandísimos profesores que me llevaron a mirar más lejos. Con Harraga descubrí algo que ya iba intuyendo. Cuando alguien huye de su país de una manera tan dura como lo es el viaje en una patera es que algo va muy mal. Si tras todo ese calvario hasta poder pisar nuestras costas les tratamos como deshechos es que algo va muy mal, sí, pero en nuestra sociedad.

Con el resurgimiento de partidos políticos que avivan el odio no podemos quedarnos indiferentes. Nos animan a creer que somos superiores y que de algún modo los de fuera vienen a quitarnos algo que nos pertenece. Como si nosotros no hubiésemos ido antes a coger todo lo que nos interesaba de sus países para luego dejarles abandonados. No tenemos que irnos tan lejos, ¿qué pasó con el Sahara Occidental?

Aunque no fuese así, durante años les hemos dejado a los inmigrantes los peores trabajos, para en situación de crisis reclamarlos y despreciar a aquel que hasta entonces lo había hecho por nosotros. Nunca podré olvidar cuando presencié la llegada de un cayuco en La Gomera (todavía siendo muy pequeña), venían destrozados tras muchos días de travesía y, sin embargo, lo único que vi en sus ojos era esperanza e ilusión. Desde la guagua que les recogió nos saludaban con una sonrisa, como si lo más difícil ya hubiese pasado. Por desgracia, todavía no sabían que el racismo no es algo de siglos pasados.
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