De Un Libro Una Reflexión | "Harraga", de Antonio Lozano
«Hemos nacido en África, Jalid, ese es nuestro drama. Aquí existimos para sobrevivir, luchamos para no morir de desesperanza. No valemos nada, ni siquiera para nuestros gobernantes. En nuestros países estamos abonados a nuestra suerte, perdidos en la miseria, desnudos frente a la injusticia, al capricho de cualquier reyezuelo con uniforme, policía, portero del ayuntamiento, aduanero, funcionario del Gobierno. Fuera de aquí solo somos mano de obra barata, en el mejor de los casos; un problema necesario para hacer el trabajo del que los europeos no quieren oír hablar, un ejército de indeseables que les friega el suelo, recoge la basura, desinfecta las cloacas, limpia los zapatos, siembra los campos. En la calle, nos miran de reojo: somos sospechosos, temidos; nosotros, que vivimos entre ellos acojonados, con una acusación permanentemente colgando sobre nuestras cabezas, un dedo siempre dispuesto a declararnos culpables, una soga alrededor de nuestros cuellos.» Harraga de Antonio Lozano

Ya no se lo puedo decir, pero sí que puedo (desde mi humilde posición) recomendaros que os acerquéis a sus libros. En esos años tan complicados que son la adolescencia tuve grandísimos profesores que me llevaron a mirar más lejos. Con Harraga descubrí algo que ya iba intuyendo. Cuando alguien huye de su país de una manera tan dura como lo es el viaje en una patera es que algo va muy mal. Si tras todo ese calvario hasta poder pisar nuestras costas les tratamos como deshechos es que algo va muy mal, sí, pero en nuestra sociedad.
Con el resurgimiento de partidos políticos que avivan el odio no podemos quedarnos indiferentes. Nos animan a creer que somos superiores y que de algún modo los de fuera vienen a quitarnos algo que nos pertenece. Como si nosotros no hubiésemos ido antes a coger todo lo que nos interesaba de sus países para luego dejarles abandonados. No tenemos que irnos tan lejos, ¿qué pasó con el Sahara Occidental?
Aunque no fuese así, durante años les hemos dejado a los inmigrantes los peores trabajos, para en situación de crisis reclamarlos y despreciar a aquel que hasta entonces lo había hecho por nosotros. Nunca podré olvidar cuando presencié la llegada de un cayuco en La Gomera (todavía siendo muy pequeña), venían destrozados tras muchos días de travesía y, sin embargo, lo único que vi en sus ojos era esperanza e ilusión. Desde la guagua que les recogió nos saludaban con una sonrisa, como si lo más difícil ya hubiese pasado. Por desgracia, todavía no sabían que el racismo no es algo de siglos pasados.