Hespérides | La Bestia salió de Tenerife

Petrus gonsalvus y Catherine
Joris Hoefnagel (1542-1600)
Ilustración que representa a Petrus Gonsalvus y a su esposa (1582)

Todos conocemos la historia de “La Bella y La Bestia”. Se ha adaptado hasta la saciedad, siendo quizá las de Disney las versiones más famosas. Lo que puede que nos sorprenda es su origen. Al contrario de lo que pueda parecer no es ficción, o no del todo. La Bestia en la vida real se llamaba Pedro González y era de Tenerife y la Bella, Catherine, era francesa.

En la época de la conquista de las Islas Canarias nacía en Tenerife (1537) un niño con una rara enfermedad. Todo su cuerpo estaba cubierto de pelo. A sus diez años se descubrió su existencia y se le envió como presente a Bélgica. Algo pasó en el trayecto para que finalmente acabase en Francia, también como un regalo, ahora para el rey Enrique II. Allí su nombre fue latinizado y empezó a conocérsele como Petrus Gonsalvus. Una descripción que se conserva es la siguiente:

«Su cara y su cuerpo está recubierta por una fina capa de pelo, de unos cinco dedos de largo (9 cm.) y de color rubio oscuro, más fina que la de una "marta cibellina" y de olor bueno, si bien la cubierta de pelo no es muy espesa, pudiéndose apreciar bien los rasgos de su cara», realizada por Giulo Alvarotto, enviado del rey de Italia en Francia en ese momento.

Por entonces era común que los reyes tuviesen una especie de colección de personas extrañas. Enrique II sabía español lo que le permitió comunicarse con él. Así le pudo contar al rey que era hijo de un Mencey guanche, algo así como un rey de los antiguos pobladores de las islas, por lo que le concedió el tratamiento de Don. Viendo en él potencial decidió darle una instrucción culta y lo integró como ayuda de cámara. Además, tenía que estar disponible para cuando el rey desease verle.

Permaneció con este tratamiento hasta la muerte de Enrique II. Fue heredado por su esposa Catalina de Médecis. Ella le concertó un matrimonio con la que se cree que era una de sus ayudantes de cámara, Catherine. Los novios no se vieron hasta el momento de la boda. No se sabe mucho sobre su relación, pero Petrus Gonsalvus y Catherine estuvieron casados durante 40 años y tuvieron seis hijos: Madeleine, Enrique, Françoise, Antonietta, Horacio, y Ercole. Cuatro de ellos heredaron la enfermedad del padre. 

Se aprecia el abundante rostro facial de la niña
Lavinia Fontana -
“Retrato de Antonietta González”
(h. 1595, óleo sobre lienzo, 57 x 46 cm, Musée du Château, Blois)

Poco después el regalo fue pasado a Margarita de Austria, hija de Carlos I de España, por lo que se trasladan a Italia donde él mure a los 80 años (1618). Aunque por lo que se conoce se cuidó mucho a la familia, siempre estuvieron encerrados en una cárcel de oro. Vivían con riquezas y eran respetados, pero seguían siendo propiedad de la corte que les hospedase en cada momento. En uno de los retratos que se conservan de su hija Antonietta, quien heredó la enfermedad, se puede leer en italiano: “De las islas Canarias fue llevado al señor Enrique II de Francia, Don Petrus el hombre salvaje / de allí se instaló en la corte del duque de Parma, junto conmigo, Antonietta, y ahora estoy en la casa de la señora doña Isabelle Pallavicina, marquesa de Soragna”.

La enfermedad que padecía se conoce hoy como hipertricosis también conocido como Síndrome de Ambras. Su caso es el primero que se tiene registrado y con el que se empezó a estudiar. A la familia se le pintaron numerosos retratos. Muchas de estas pinturas de conservaban en el castillo de Ambras, de ahí surge el epónimo que da nombre a la enfermedad. La teoría es que la escritora de “La Bella y la Bestia” vería estas imágenes y le sirvieron de inspiración. La francesa Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve publicaba su relato en 1740. Más tarde sería reescrito por Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, más corto y parecido al que conocemos hoy.

Recientemente se ha vuelto a recuperar la figura de la bestia tinerfeña. Dos libros que profundizan en ella son: El salvaje gentilhombre de Tenerife, de Roberto Zapperi y Gonzalvus, mi vida entre lobos, de Enrique Carrasco.
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