Volver a casa por Navidad



Caminar por las calles de mi niñez como un turista. Cámara en mano. Caras antaño conocidas se convierten en reflejos de lo que fue. El tiempo pasa. Somos nosotros los que hemos cambiado. El paisaje es prácticamente el mismo. Imperturbable como su característico romper de olas. 

Hay fotografías que no se borran. A pesar de los años siguen ahí. Imperturbables como el mar de Santiago. Sin necesidad de encuadrarlos con la mejor cámara. Sin una técnica magistral se convierten en la fotografía perfecta.

Los columpios siguen sonando igual aunque ya entrar en ellos cueste. Ordenar los recuerdos en palabras en  cada uno de sus balanceos. Los pies que impulsaban, ahora frenan. Las ruinas construyen palacios. Imperturbables como el mar en el que se bañan. 

Las paredes no olvidan a todos los que a su lado han dormido. Nos lo dicen sin moverse. Una grieta por cada uno de los años. Una arruga por cada sonrisa allí escuchada. Las esquinas con sus cuentos interminables. Volver a los orígenes para descubrirse. Imperturbables como el mar al que vuelven.

Los siglos no pasan por los ojos del niño. Piedra a piedra se forman montañas. Piedra a piedra en las cunetas van desvaneciéndose. Gara y Jonay aún gritan en ellas. Las carreteras, grabado casi invisible del paso del hombre. Montaña y mar, sol y lluvia, luz y niebla. Ni palabras ni imágenes son suficientes. Silencio. Padre Teide nos observa.

Al final, que las sonrisas por los buenos momentos sustituyan las lágrimas. 
Siempre te querremos abuela. 

(Editado: 9/1/2016)
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